miércoles, 30 de junio de 2010

El Silencio

De niños, comenzamos a hablar porque no nos entienden con los ojos, con los gestos. No entienden lo que queremos. Y por eso tenemos que ir renunciando a la idea de que saben cómo nos sentimos para ir asimilando un vocabulario y una estructura tan alejada de lo que realmente necesitamos expresar. Una estructura tan muerta, tan vacía...

Y con el paso de los años, poco a poco, vamos perdiendo la práctica de esa forma de comunicarnos que no es común a todos; ese lenguaje secreto, esa comprensión perfecta del otro.

Y ya de mayores hablamos. Hablamos tanto... Casi sin saber lo que estamos diciendo. Hablamos por hablar, por los codos, por cortesía, por los costados, por evitar a toda costa el silencio que tan incómodos nos hace sentir.

El silencio, ese espacio tan maravilloso entre dos personas que realmente quieren decirse algo, visto muchas veces como elemento vacuo, consecuencia del miedo, barrera comunicativa, carente de expresión...

Pero lo verdaderamente importante no son las palabras con las que llenamos ese silencio.
Lo verdaderamente importante es todo aquello que somos capaces de decirnos en ese silencio.

Las palabras vuelan, son paja, excusa, muchas veces, del no saber qué decir.
En cambio cuando permaneces callado, lo haces porque sabes que no hay palabra que exprese lo que sientes y quieres decir, porque no es necesario hablar para saber. Para saberse. Para besarse con los ojos. Y callar es entonces rendirse a ése, nuestro primer lenguaje.

Y entonces jugamos como juegan los niños muy chicos. Jugamos con la piel, con su inminente contacto. Con el roce de las sonrisas a medio sonreir. Dejamos de hablar para mirarnos. Y no cabe duda, de que esos ojos siempre me mirarán así, de que estos ojos siempre te mirarán así, diciéndote que no quieren perderte de vista. Que no querrán cerrarse si no te imagino cuando más te necesite. Que no quieren llorarte y que, ahora, lo que más desean es volver a verte.

Algún día, algún día.

Algún día volveremos a vernos.
Y hablaremos como lo hacemos con los ojos.

Mientras tanto, silencio, que el amar también es silencio.

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